En el mundo de los Super Yates el tamaño si importa y es tan importante disfrutarlo como saber mostrarlo, esto genera que algunos ‘influencers’ de las redes sociales han adquirido una relevancia especial. El más conocido es Alex Jimenez, ‘The Yacht Guy’, cuyos más de 795.000 seguidores pueden admirar en su cuenta, un directorio del poder marino, algunos de los superyates más vistosos. Su historia es, cuando menos, peculiar: como explica a Wainwright, pasó de no tener casa a viajar por todo el mundo, invitado por multimillonarios, para fotografiar sus posesiones. “Todos intentan superar a los demás”, explica. “Dos helicópteros, una flota de submarinos, pensar en otro yate. Ese es su sueño”.
https://www.instagram.com/theyachtguy/
El A, uno de los yates más grandes del mundo, propiedad del multimillonario ruso Andrey Melnichenko. La mole, de unos 143 metros de eslora, le costó al industrial alrededor de 400 millones de euros unos 10 años antes, una cantidad ridícula comparada con el patrimonio de 12.000 millones de dólares que, según ‘Forbes’, posee. Pero también despertó unas cuantas inquietudes entre los que lo avistaron: ¿qué hay en su interior y cómo es de verdad la vida a bordo de uno de estos colosos?
La respuesta la ha ofrecido el periodista de ‘The Guardian’ Oliver Wainwright, quien ha conocido a la “élite de los superyates”, como él mismo la llama, durante la exposición que la Saatchi Gallery ha inaugurado… sobre algunos de los superyates más grandes del mundo. Ahí estaba reunida la ‘crème de la crème’; como le explicó uno de los organizadores del evento, “solo hemos llamado a personas con un patrimonio ultra alto (propietarios de yates, sus consejeros y los capitanes)”.
El Dilbar, del magnate ruso Alisher Usmanov, con sus dos helipuertos y sus 3.800 metros cuadrados de superficie, puso durante años el listón muy alto
En definitiva, todas y cada una de las personas en la habitación –menos el periodista, obviamente– se contaban entre las más ricas del mundo. Y se dedicaban a una de las cosas que mejor saben hacer: admirar las posesiones de los demás y mostrar las suyas propias. Porque si algo queda claro es que el mundo de los superyates, donde el tamaño sí que importa, es una competición por tener el barco más ostentoso. El Dilbar, propiedad del magnate ruso Alisher Usmanov, con sus dos helipuertos y sus 3.800 metros cuadrados de superficie, fue durante mucho tiempo el espejo en el que mirarse; pero ahora ha sido desbancado por el Azzam, de un miembro de la familia real de Abu Dabi.